El carnaval de Venecia duraba cuatro meses, cuando duraba poco.
De todas partes venían saltimbanquis, músicos, teatreros, titiriteros, putas, magos, adivinos y mercaderes que ofrecían el filtro del amor, la pócima de la fortuna y el elixir de la larga vida.
Y de todas partes venían los sacamuelas y los sufrientes de la boca que santa Apolonia no había podido curar. Ellos llegaban en un grito hasta los portales de San Marcos, donde los sacamuelas esperaban, tenaza en mano, acompañados por sus anestesistas.
Los anestesistas no dormían a los pacientes: los divertían. No les daban adormidera, ni mandrágora, ni opio; les deban chistes y piruetas. Y tan milagrosas eran sus gracias, que el dolor se olvidaba de doler.
Los anestesistas eran monos y enanos, vestidos de carnaval.
Espejos, E. Galeano
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